“Y así sucederá que por la verdadera castidad,
la pobreza y la obediencia,
dejándolo todo por amor al Señor,
le seguirán más deprisa en cuerpo y alma”
CC 95
“Sólo en Dios descansa mi alma, porque Él es mi esperanza…”
Voy a consagrarme a Dios haciendo voto de castidad, pobreza y obediencia, y según esta, de educar a los niños y a los jóvenes en la piedad y las letras, como lo hiciera Calasanz
Dejar todo por amor al Señor…
Mentiría si dijera que mi corazón
está sereno y tranquilo.
Pero, como en aquel año en que comencé a descubrir mi vocación,
Dios me vuelve a decir:
“Si hoy escuchan su voz,
no endurezcan el corazón”.
José si hoy escuchas mi Voz,
no endurezcas el corazón… De eso se trata,
escuchar la voz de Dios, estar atento
para que no pase desapercibida
y sin dar fruto.
El camino al que Dios me ha llamado es angosto y escarpado, empinado, pues lleva hacia la cumbre de la caridad. Pero, ¿cómo no dejar todo por amor a Él?
¿Cómo no consagrar mi vida a Aquel que se sacrificó por mí?...
¡Que felicidad poder hacerlo!
¡Que don más grande!
Me consagro a Dios, no por mis fuerzas, sino porque Él me llamó
y me da las fuerzas para seguirlo
día a día.
Feliz, con una fe firme y una esperanza cierta en el premio de la vida eterna.
Jesús, mi Maestro y Señor, Quien dio la vida para salvarme,
me ha mostrado y me muestra día
a día su obra de salvación en los niños.
En la mies de las Escuelas Pías desea hacer de mí un
instrumento de su amor, un cooperador de su obra de salvación en cada pequeño.
Y, a su vez, por medio de los niños, hace su obra de salvación en mí mismo.
Resuena en mi corazón el “mira, José, mira…” Y, al mirar, veo en esos niños a Dios.
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